En 1963, a los diez años de haber iniciado su carrera de escritor y dibujante, Gorey publicó un tríptico memorable con el irónico título colectivo
La fábrica de vinagre: Tres tomos de enseñanza moral. Dos de los libros se ocupan de trágicos destinos infantiles y son un modelo de transgresión:
Los pequeños macabros, muestrario alfabético de finales prematuros, en cuya portada la Parca posa junto a un grupo de niños a la vuelta de una excursión, antes del viaje definitivo, y E
l dios de los insectos, historia de tentación, rapto y prácticas rituales. En el tercero,
El ala oeste, no hay palabras, y el protagonista es una casa donde las grietas y el empapelado de las paredes, el sinsentido de las escaleras y las puertas y la turbulencia de los suelos son más intensos que los pocos seres vivos que deambulan por ella como fantasmas.
«Oscuras obras maestras de moral surrealista, bellamente ejecutadas.»
Vanity Fair
«Por algún motivo mi misión en la vida consiste en producir la mayor incomodidad posible, porque así es el mundo.»
Edward Gorey