«Siempre hay en la foto un detalle que capta la mirada, un detalle más conmovedor que los demás». Así es como la escritora francesa Annie Ernaux, en
El uso de la fotografía, se embarca, junto a Marc Marie, en un viaje que no es otra cosa que la historia de un amor. Charlar sobre las fotografías que tomaron juntos en hoteles, casas y distintas ciudades, tan solo acentúa la sensación de
voyeur que le invade al lector. El lenguaje empleado por ambos traza una geografía afectiva muy similar a la que establecieron Philippe Sollers y Julia Kristeva en
Del matrimonio como una de las bellas artes, cuando afirmaban que «uno solo puede amarse si se reconoce como niño a través y para el otro», al entender el amor como una «infancia compartida». También se aprecia en el texto un cierto eco al Roland Barthes de
La cámara lúcida. Porque a través de este singular escribirse
a ciegas, tanto Ernaux como Marie aspiran a reconocerse la una en la escritura del otro, y viceversa; pergeñar, en definitiva, lo que podría ser una teoría de un sentirse conmovido ante una imagen de una forma determinada, o confirmar, en la cotidianidad de sus gestos, la virtud de sus apegos. También las deudas con el tiempo, la enfermedad, la literatura.
Andrea Toribio