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En el siglo XX, un meteorólogo apellidado Lorenz lleva a cabo un estudio para predecir el clima. Cuando mete por segunda vez los datos en la computadora, los resultados son completamente diferentes a los de la primera. Lo mismo con la tercera y con la cuarta, hasta que se da cuenta de que la computadora está redondeando y que eso altera toda la previsión. Así, Lorenz  «comprendió que su simulación varía de forma totalmente impredecible si sus condiciones iniciales era alteradas, incluso de manera infinitesimal. Esta extrema sensibilidad que lleva a cambios profundos (...) está en el corazón del caos».
 
En este ensayo, Labatut desgrana cómo el caos ha entrado en el sentido común de nuestro presente, trazando una genealogía a partir de la historia de la ciencia. De un lado, la fiera necesidad de certeza que caracteriza al pensamiento moderno europeo y su ficción de control al grito de «¡Tenemos que saber! ¡Lo sabremos!», en cuyo corazón se encuentra la esencia del fascismo y el colonialismo. De otro, el resquebrajamiento de este paradigma, la salida de la caverna de la Razón que nos oculta la verdadera esencia del mundo en el que vivimos: la imprevisibilidad.
 
Esa imprevisibilidad es también el corazón del miedo a otro de los pilares de nuestra sociedad occidental contemporánea: la locura. Labatut toma el título del libro del conocido cuadro de Bosco de «La extracción de la piedra de la locura». En medio de un paisaje campestre, podemos ver a un campesino atado a un sillón mientras un falso cirujano, con un embudo invertido como sombrero, le está practicando la extracción de la piedra de la locura. Sin embargo, lo que extrae no es una piedra sino un tulipán de lago. En la parte superior, una inscripción en letras góticas reza: «Maestro, quítame pronto esa piedra». En este choque entre la piedra imaginada y el tulipán real surge la pregunta no solo acerca de qué es la locura sino también y sobre todo de quién la define.
 
La tensión que recorre este libro es la de cómo manejar este caos sustancial que habita nuestra realidad sin dejarse dominar por él ni intentar reducirlo a orden. Porque la idea de extraer la piedra de la locura «es una señal de delirio, de que la razón está sobrepasando sus fronteras, de que la ciencia y la medicina están extraviándose más allá de sus límites, porque si alguna vez lo lográramos solo estaríamos amputando una parte fundamental de nosotros mismos».