Hay escrituras que se convierten en laberintos: sinuosas, enrevesadas, con caminos que parecen no conducir a ningún lugar. Narraciones que se enroscan, como serpientes, alrededor del lector, para no dejarlo escapar, para envolverlos con la magia de la prosa y de sus muchos caminos. Daniel Guebel de manera diáfana, clara, hilvana sus historias como si del jardín de senderos que se bifurcan se tratara, creando múltiples caminos que a su vez se van dividiendo, diluyendo la narración en un bosque peligrosamente atractivo. Así,
Un crimen japonés se reviste como una historia de venganzas y traiciones, pero en su seno, dejando de lado los mil y un caminos que traza, sus idas y venidas, se erige como una torre en la que el amor y la muerte se entrelazan, en la que lo terrenal y lo sobrenatural se dan la mano para componer una gesta épica e íntima. Guebel es un autor de fuertes contrastes, en el que la pura violencia se da la mano con lo frágil y etéreo. Así pues, la trágica historia de Yutaka Tanaka en busca del asesino de su padre es, a la vez, un relato de aventuras, de investigaciones y de la presencia del más allá en nuestra realidad: una composición poliédrica que funciona a la perfección: una obra exigente con el lector, cierto, pero que ofrece a cambio una experiencia única.