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En 1869, el Conde de Lautréamont avisó en Los cantos de Maldoror sobre la obra de Gabrielle Wittkop mucho antes de que ella la escribiera, cuando dijo que no sería bueno que todo el mundo leyera determinadas páginas, que solo algunos saborearían sin peligro algunos frutos amargos.

En el transcurso de la Revolución Francesa, Marguerite, regente de un burdel parisino donde la mercancía ofertada son niños y niñas, se cartea con Louise, una alumna aventajada que pretende abrir un establecimiento similar en Burdeos. A través de esas misivas, la protagonista cuenta las perversiones de sus clientes y las propias, y describe el fin de una época. Wittkop, sin embargo, no juzga a sus protagonistas, sino que recrea con precisión y suntuosidad los hechos apartando cualquier lectura moral, ya que su aproximación al mundo es fundamentalmente emocional.

El derrumbe del viejo orden y el del burdel es paralelo: llega la tiranía de la razón. Sin embargo, la flamante República y sus ciudadanos son falsos e hipócritas; mientras que de día linchan e increpan a las prostitutas apresadas y exhibidas, de noche frecuentan los prostíbulos que las acogen. Wittkop escribió un Gatopardo perverso. Como le escribe Marguerite a Louise en una de sus últimas cartas, «por un lado, asistimos al derrocamiento de un orden; por otro, la vida no parece muy distinta de lo que era».