Julio Gálvez se ha metido en un lío sin comerlo ni beberlo, como si no tuviera poco con estar viviendo de prestado en casa de su segunda exmujer. En una fiesta de disfraces conoce a Gabriel y a Guillermo, inductores de tramas como las que salen en la prensa casi cada día; son publicistas. Estos misteriosos personajes quieren que Gálvez, como periodista de raza que es, trabaje para ellos en una campaña para limpiar la imagen de la multinacional Leaderwagen, acusada de manipular los motores de sus coches para trampear las emisiones contaminantes. De primeras, no parece un trabajo muy complicado y puede recibir mucho dinero. Empieza a mover sus hilos cuando uno de sus jefes aparece apuñalado con saña en su casa. Pobre Julio, para una vez que parecía que le iba a ir bien… Eso sí, no está solo frente a este suceso; su abogado Agapito, su ex, Maribel, y una taxista de Mondragón curtida en mil batallas, Edurne, le ayudan y vuelven loco a partes iguales para saber qué está pasando. Como nos tiene acostumbrados, Reverte repasa con mucho humor y socarronería la actualidad del país, donde somos testigos de que la devoción por controlar a los demás no conoce límites. A lo que estamos, Fernanda.