Los relatos de la escritora argentina vuelven a producirnos escalofríos y recuperan la verdadera esencia del género de terror más clásico y genuino. Escribir relatos cortos de calidad no es sencillo y la autora destaca en ello con un estilo depurado y personal donde los detalles y giros en la narración logran atrapar al lector más exigente y traspasan el papel consiguiendo así la sugestión exacta de una buena historia de terror. El libro consta de doce cuentos que son anteriores a los recogidos en
Las cosas que perdimos en el fuego, reciente premio Ciutat de Barcelona en lengua española.
En este volumen la fuerza y el magnetismo de cada pieza envuelven y perturban a partes iguales. Los deseos escondidos y las pasiones humanas adquieren formas oscuras y muy reales arrastrando a los personajes a espacios inquietantes muchas veces creados por sus propias mentes. El terror de estas historias surge de lo cotidiano y frecuente que pasa desapercibido y que no representa per se un foco de maldad o de horror. El miedo es un personaje más y es tratado con pericia y valentía detectándose en el interior de los personajes y provocando de esta manera que la propia realidad ser torne terrorífica y dudosa. Una de las historias que despunta por su originalidad y humor negro es la primera de la colección, titulada “El desentierro de la angelita" donde el hallazgo entre juegos de un hueso se convierte en un descubrimiento siniestro y logra a través del hilo narrativo que una situación disparatada y fantástica pueda ser asimilada como real. En definitiva, las páginas de este libro suscitan sensaciones de una tremenda angustia y son totalmente necesarias para seguir indagando en ese mundo de sombras y espíritus en el que Enríquez es una maestra.