Dicen que la vivencia del duelo se experimenta en distintas fases, estados progresivos que pasan de la negación a la aceptación, como si de un proceso dialéctico se tratase. Aunque la reconciliación pueda ser el estadio final de un camino sin fin, lo cierto es que el duelo puede hacernos conectar con momentos nuestra historia que huyan de cualquier proceso lógico ordenado: este es el resultado de la escritura de Ocean Vuong en
El tiempo es la madre. Manteniendo la fidelidad lírica de sus obras, Vuong conecta distintos puntos de su historia a través del duelo: la relación ausente con el padre, el desarraigo infantil al huir de su país natal hasta la intensidad del sexo con el amante, de tal modo que el dolor transita por distintos paisajes dando lugar a la transformación de un sujeto que mediante la experiencia de la pérdida entiende la intensidad que compone su propia identidad. Si el tiempo es la madre, si la ausencia es vivencia densa y pesada, Vuong realiza un ejercicio de liberación desnudando al sujeto a través de la escritura. Nos encontramos con un canto a la belleza y a la esperanza, un ejercicio maestro que demuestra que la escritura de duelo es escritura de superación, de mostrar la vida (una vida) que no deja de ser. Tiempo vivo, por encima de la muerte.