Slavoj Žižek es un filósofo que ocupa un lugar ambiguo y polémico en el panorama de la filosofia contemporánea occidental. En EE.UU. es casi una figura de culto mediático y aquí, con aura de provocador y comediante, aparece frecuentemente como un charlatán. Sin duda, el esloveno es un filósofo difícil de definir, filósofo que ahora se pone a hacer de dramaturgo. Esta nueva versión de
Antígona es igual de polémica que su creador. La heroína llega a morir hasta tres veces y la reescritura del mito se multiplica por tres. Justo en el punto donde el drama se desencadena, tres son las posibilidades de acción para Antígona, Creonte, Ismene, Hemón y un coro con mucho protagonismo. Lo que tenemos es la puesta en escena de un mito que el autor había ya interpretado en otras de sus obras, véase
El espinoso sujeto. En diálogo abierto con la teoría de la performatividad de Judith Butler, Antígona era mostrada como ejemplo paradigmático de un acto radicalmente antifoucaultiano, y como encarnadora de lo que Lacan teorizó como el acto ético por excelencia. ¿Es esta la Antígona que aquí también se muestra? Žižek nunca ha sido dramaturgo; cómo él mismo dice en el prólogo, la obra «no pretende ser una obra de arte, sino un ejercicio ético-político».
Laura Sala