El buscador de balas perdidas


El buscador de balas perdidas

Conoció y puso el famoso apodo a Dum Dum Pacheco, recogió balas perdidas
de la escena del crimen para Juan Luis Cebrián, director de El País -periódico
que entonces daba sus primeros pasos-, prestó oídos e hizo de confidente y
taquígrafo del último verdugo, visitó cárceles y reformatorios para dar voz a
los sin voz, siguió a los quinquis y asistió a sus sepelios, contó las aventuras y
desventuras de atracadores, asesinos y pandilleros, y entró en las casas de los
«últimos gladiadores», aquellos legendarios y fatalmente castigados boxea
dores. Una generación de lectores se emocionó con sus crónicas, en las que
narraba tanto el deporte como el crimen con una tensión propia de la novela
policíaca y la literatura noir. Y, una y otra vez, al servicio de la mejor prensa
de este país, bajó al lodazal que fue y sigue siendo España, para ser el escritor
de los sueños y desvelos de nuestra pobretería y miseria indómita, esa «gente
del abismo» de Jack London, pero en clave nacional.
El buscador de balas perdidas, la mayor antología de Julio César Iglesias
(Premio Nacional de Periodismo, y premios Ondas, Antena de Oro y Club In
ternacional de Prensa ), uno de los grandes maestros de nuestro periodismo,
muestra una galería estremecedora de personajes y sucesos (el Jaro, Urtain,
Dum Dum Pacheco y los Ojos Negros, el crimen de los Galindos, sectas, en
venenamientos, parricidios, Muhammad Ali ) en los que brilla su magistral
estilo, donde no sobra ni falta nada y recuerda a González Ruano, Chaves No
gales, Manuel Alcántara o hasta el crudo «nuevo periodismo» estadounidense
y gonzo de Hunter S. Thompson y otros cronistas de oscuridades aterradoras
y, sin embargo, muy humanas.