Guy Debord se decía cineasta. En la breve biografía publicada para el estreno de su película
La sociedad del espectáculo (1974) se presenta de ese modo pero sin dejar de subrayar la distancia entre lo que dicha actividad significaba en su caso particular y los desempeños esperables para un director. Como es sabido, la vida de Debord estuvo marcada por el cine y por la voluntad de negarlo de todas las maneras posibles, “con y contra el cine”, como se tituló uno de sus artículos en la revista Internationale Situationniste. Su primera acción pública fue la proyección de una película sin imágenes, y la última privar al mundo de la posibilidad de ver sus films, cosa que realmente ocurrió durante el final de su vida. También la obra a la que ha quedado más asociado, La sociedad del espectáculo, antes de llegar a ser un libro fue un proyecto de película “de un género nuevo”. Si hoy paradójicamente podemos hablar de la influencia subterránea de la obra fílmica de Debord, que alimentó tanto a la nouvelle vague como las prácticas de cine militante y videoactivismo de los setenta hasta el presente, no es porque aspirara a labrarse semejante posición en la historia de las formas artísticas. Todo lo contrario: si algo caracterizó esta incursión a regañadientes fue la voluntad de destrucción del cine por sus propios medios: que el saqueo de realidad que practica la cámara sea sustituido por el saqueo de las imágenes recontextualizadas en un nuevo montaje.
La publicación de este volumen hoy, que reúne por primera vez en español la totalidad de los guiones escritos por Debord, no es inocente ni un mero ejercicio archivista. Sabemos que nuestro paisaje mediático no es el mismo y que el cine ya no es lo que era. Sin embargo, la poética de apropiación debordiana, su utilización del plagio y del desvío como ejercicios estético-políticos y la corrupción minuciosa de todos los componentes elementales que constituyen el dispositivo cinematográfico (fotograma, banda de imagen y de sonido, pantalla, sala, comentario, crítica), se erigen ahora como una estrategia vigente para hacer frente al flujo perpetuo de imágenes digitales. Parafraseando al grupo esloveo Laibach, probablemente una de las lecturas más interesantes del situacionismo desde la cultura pop: “Todo arte es susceptible de manipulación política, a excepción de aquel que hable el lenguaje de esa misma manipulación”.