La sexta hora

La sexta hora
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Hojeando el libro La sexta hora de Helena Fernández-Cavada, se me ocurre pensar en los marcos, los encuadres, las fronteras: el borde no es solo lo que está alrededor de la obra, sino lo que le asigna un lugar a la obra. Y como dice Foucault: "El sueño permite dudar del lugar en que estoy", así los dibujos de Helena me hacen titubear constantemente sobre la certeza de la tierra firme. Guiados por la nostalgia del dormir, sus dibujos recortan, ponen fronteras a sus mundos internos, creando imágenes que más que narrar, sugieren estados y emociones provocados por los objetos desterrados de sus contextos y por lo mismo, igualmente inciertos. Espectros.
Si el cuerpo es la evidencia (de la diferencia, del crimen, de la existencia), los contornos de figuras que emergen del blanco -que no tiene ni superficie ni profundidad- subrayan que son un sustituto de lo evidente, de los cuerpos que han dejado su huella, y su estar en el lugar es tan solo aparente. La sexta hora, la siesta, es entonces la hora de moverse en la tierra de lo espectral, de salirse del marco, de desaparecer en la rugosidad de las sábanas. (Helena Braunstajn).