La vida de hotel


La vida de hotel

He traído sólo una maleta ligera. Pero habrían podido ser más y más pesadas, porque el viaje fue corto. Ocho manzanas: novecientos noventa y dos metros, según el ticket electrónico del taxi. Nadie me despidió ni cerró tras de mí la puerta de casa, nadie me acompañó o mucho menos siguió mis pasos. Sí me esperaban, en cambio, a la llegada: reservado a mi nombre el cuarto donde iba a pasar la noche. Así empieza el enésimo viaje de un crítico de hoteles con años de oficio a las espaldas. Vaga por su propia vida ligero de equipaje, y sabe que moverse mucho no basta para sentir que se avanza.