El cerebro supremo de Marte

El cerebro supremo de Marte
Traducció: Héctor Sandino
Editorial: La biblioteca del Laberinto
Pàgines: 102
Any: 2013
EAN: 9788492492916
19,00 €
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Escribe Richard A. Lupoff, en su magnífico Edgar Rice Burroughs, que el luxemburgués Hugo Gernsback era un correcto, puntilloso, orgulloso y singular editor de ciencia ficción de espíritu prusiano. El americano Burroughs, en cambio, era un hombre rudo, robusto, sereno y grande como un oso. El uno mantenía un gran respeto por el rigor científico, mientras que el otro sentía una benevolencia desdeñosa por cualquier cosa que pudiera interponerse en el camino de una animada aventura.
Cuando los dos coincidieron, hacía ya doce años desde que Burroughs pasara a ser el excelentísimo señor Don Edgar Rice Burroughs. Es un historia muy conocida y muchas veces contada. Un arruinado Edgar encontró un empleo mal pagado en la Liga Antialcohólica Americana. Había tenido un segundo hijo y se había visto obligado a empeñar las joyas de su mujer y hasta su propio reloj. Su trabajo consistía en examinar los anuncios de periódicos y revistas, en particular de los pulps, así llamados porque sus páginas eran de pulpa de papel para abaratar su precio. Leyó en ellos muchos relatos y esto lo sé hacer yo, debió pensar, de modo que pasó a emplearse en una fábrica de sacapuntas para disponer de tiempo para escribir.
En los Estados Unidos solo había por entonces tres revistas en las que pudiera publicar, los magazines de Munsey. Se dice de Frank A. Munsey que era malo por los cuatro costados. En cita de Jacques Sadoul en La historia de la ciencia ficción moderna, a su muerte mereció este epitafio: «Aportó al periodismo de su época el talento de un charcutero, la ética de un usurero y el estilo de un empleado de funeraria». Sin embargo, la historia de la ciencia ficción americana hubiera sido otra sin él.
Cuando los dos coincidieron, hacía ya doce años desde que Burroughs pasara a ser el excelentísimo señor Don Edgar Rice Burroughs. Es un historia muy conocida y muchas veces contada. Un arruinado Edgar encontró un empleo mal pagado en la Liga Antialcohólica Americana. Había tenido un segundo hijo y se había visto obligado a empeñar las joyas de su mujer y hasta su propio reloj. Su trabajo consistía en examinar los anuncios de periódicos y revistas, en particular de los pulps, así llamados porque sus páginas eran de pulpa de papel para abaratar su precio. Leyó en ellos muchos relatos y esto lo sé hacer yo, debió pensar, de modo que pasó a emplearse en una fábrica de sacapuntas para disponer de tiempo para escribir.
En los Estados Unidos solo había por entonces tres revistas en las que pudiera publicar, los magazines de Munsey. Se dice de Frank A. Munsey que era malo por los cuatro costados. En cita de Jacques Sadoul en La historia de la ciencia ficción moderna, a su muerte mereció este epitafio: «Aportó al periodismo de su época el talento de un charcutero, la ética de un usurero y el estilo de un empleado de funeraria». Sin embargo, la historia de la ciencia ficción americana hubiera sido otra sin él.