Damas, diosas y musas

Damas, diosas y musas
Parafraseando a Dylan Thomas, podríamos decir que este ensayo no tiene ni principio ni final y poco o casi nada entre medias, pues tan solo se trata de un breve paseo por lo femenino en la Historia del Arte: es imposible recoger en pocas páginas todo lo que ha simbolizado la imagen de la mujer. Por tanto, este texto debe interpretarse como un análisis fenomenológico, inevitablemente personal y subjetivo, de cómo la mujer ha sido entendida y representada a lo largo del tiempo.
Ya en los albores de la representación del cuerpo humano, hubo predilección por el cuerpo femenino, relacionado con la continuidad: la sacralización de lo femenino iba ligada a la supervivencia de la especie. Cuando las estructuras sociales y el pensamiento abstracto se imponen, la mujer deja de ser diosa y es arrojada del Paraíso. A partir de ese instante el arte comienza un largo recorrido en busca de una feminidad terrenal y profana, y cada cultura idealiza plásticamente el rol social de la mujer con formas, colores, matices y acentos distintos. Este proceso de definición artística de la identidad femenina será largo y cambiante aunque a menudo el pintor preferirá ver a la mujer simplemente como algo bello. Habrá que esperar al siglo XX y a la irrupción de artistas modernas como Tamara de Lempicka y Georgia O’Keeffe para que lo femenino rompa los límites sociales impuestos y establezca su imagen desde la libertad y la autonomía.
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La Venus de Willendorf es la representación femenina más antigua que conocemos y la más famosa de la Prehistoria aunque no fue la única. Durante miles de años y en muy diferentes lugares los pueblos reprodujeron sin cesar estatuillas similares que ensalzaban el poder del cuerpo de la mujer como dadora de vida, como garante de la continuidad de grupo convirtiéndola, por tanto, en una diosa.