Viajera crónica

Viajera crónica
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Escribo dos clases de crónicas de viajes, dos tipos de impresiones. Una más libre, subjetiva, donde aparezco más yo, que son las que más se parecerían a un cuento. Y las que están más documentadas, con información relevante, unida a mis impresiones personales. Los géneros están muy mezclados. Hay cuentos que pueden ser leídos como crónicas y crónicas que son cuentitos.
Me gustan los viajes y me gusta volver. Me pone muy ansiosa el avión y prefiero la tierrita. Nací en un pueblo: me gustan los pueblos. Me resulta más difícil trabajar una ciudad grande. Los pueblos chicos son abarcables, me parecen literarios y además van con mi personalidad. Yo todavía hoy llego temprano a todas partes, todavía estoy acostumbrada a la matriz de tiempo de mi infancia. Como persona y como escritora, no soy campesina ni citadina ni conurbana: soy suburbana. En un pueblo me informo caminando, mirando los grafitis, las plazas, yendo al café, preguntándole cosas a alguien. Fui a algunos pueblos muy pequeños; a otros, menos. O a ciudades más grandes, como Córdoba, Rosario. Hice La Habana, Quito, Lima, Arequipa, Nápoles, Taormina.
Me gusta prestar atención a las formas orales que representan las distintas culturas, las mezclas con lo rural. Una señora que me hablaba de las estrellas y decía “viera cómo loquean”, no me decía “cómo titilan”, o “cómo brillan”, sino “cómo loquean”; ese movimiento que le parecía alucinante. Por esa forma de hablar veo cómo percibe el mundo esa señora. Hay que prestar mucha atención a esas cosas. El escritor tiene la obligación de tener un oído atento al lenguaje.